Hay gente que se desespera por la falta de nieve y consulta con los astros los movimientos de las nubes y a otros se nos dá por ponernos melancólicos, pillar un teclado y no parar de escribir, y después de pasarme el trabajo, lo menos que puedo hacer es ocuparle un poco de espacio a este servidor, siendo consciente de que algunos haréis algún alto leyendo esto y otros lo pasaréis muy por alto.
Después de 40 años, después de ese 40 aniversario de Manzaneda, vienen a mi cabeza numerosos pensamientos, numerosos recuerdos, numerosas aventuras, numerosas vicisitudes, que como yo, han vivido numerosos foreros de esta web y otros que no lo son, pero esto que estoy escribiendo me gustaría hacerlo en primera persona (solamente por comodidad) aunque sé que muchos fuisteis y os sentís partícipes de lo que aquí quiero contar.
Soy esquiador desde hace aproximadamente esos 40 años y todo lo que sé de este maravilloso y divertido deporte lo he aprendido en y con la gente de Manzaneda. Horas y horas de viaje, horas y horas de esquí y horas y horas de diversión con numerosos amigos que han pasado y otros siguen por la estación.
Recuerdo aquellas interminables horas de viaje que hacíamos desde Vigo, por aquellas carreteras de antaño con sinuosas curvas con la correspondiente dosis de biodramina, que hacía la función de aguantarnos los reflujos gástricos hasta la llegada a Orense, donde ya el corazón te empezaba a latir a toda velocidad y la cabeza no dejaba de hacer giros de un lado al otro para adivinar alguna pequeña mancha de nieve en las cumbres de las montañas. Época en la que llegar al alto del Couso era ya una odisea, donde ya empezaba a hacer estragos el hielo en la carretera dificultando seriamente la circulación, y donde posteriormente aparecía el alto del Rodicio con una buena capa de nieve, en donde poner las cadenas ya era algo obligatorio si querías llegar a tu destino, y a partir de ahí un quita y pon de cadenas constante, Castro Caldelas, alto de Cerdeira, etc…hasta llegar a San Lorenzo o en el mejor de los casos a Cova, donde se volvían a colocar y ya te olvidabas de sacarlas durante toda la estancia.

Recuerdo aquellas mañanas en que el antiguo Telebaby (sustituído por el actual telesquí Seixo) aparecía totalmente cubierto y el personal de la estación, ayudados a veces por monitores e incluso yo mismo (con algún forero que anda por aquí) en temporadas posteriores, a base de pala (bellota), tenían que desenterrarlo de la nieve y hacerle el carril, al igual que el telesquí Corzos, en el que había días que la nieve llegaba al tendido y la mayor parte de las perchas desaparecían bajo el manto blanco.Recuerdo aquellas noches que nos preparábamos gran cantidad de amigos en la motora del telesilla para hacer aquellas maravillosas bajadas de antorchas, subiendo en la oscura noche hasta el reenvío, en aquel desaparecido TS2 de color amarillo, en donde comenzaba el descenso y minutos después se dejaba visualizar, como si de una serpiente de tratara, la estela iluminada de todas la antorchas zigzagueando la pista Pluviómetro y haciendo todo el recorrido hasta la base de la motora, en donde se le agradecía a la Virgen de las Nieves la fresca nieve caída durante la temporada y suplicándole que siguiera nevando el resto y en donde al grito de ¡URRA!, salían las antorchas volando al cielo estrellado con un ligero movimiento de brazo.

Recuerdo aquellas últimas bajadas, al cierre del telesilla, donde todos juntos descendíamos por la pista Bello, llegando al refugio del Club Alpino, en donde se separaban dos grupos de esquiadores: unos (los de los Galicia) para la motora y los otros (los de los Queixa) descendiendo hasta la base de la desaparecida pista “I”.

Recuerdo aquellas tardes en el club juvenil, amenizadas por nuestro gran amigo Jaime Pradillo en donde veíamos aquellas películas de los descensos paralelos de los hermanos Steve y Phil Marhe entre otros y los focos alumbraban la bola de espejos que colgaba del techo reflejándose en las paredes del local formando siluetas mientras sonaban singles de los Bee Gees.

Recuerdo aquellas reuniones de amigos en el club Galleira antes de la cena departiendo y descojonándonos de todo lo ocurrido en pistas, así como las sesiones de discoteca, la cual estaba verdaderamente petada hasta las tantas de la madrugada y en donde después de cierre nos quedábamos algunos preas con nuestro amigo Domingo (un gran abrazo desde aquí) que nos hacía degustaciones con chorizos cocidos al vapor de la máquina de café.

Recuerdo aquella pandilla de monitores (menuda tropa) la cual tenía su base de operaciones en los bajos del bungalow nº6 (si ese bungalow hablase…).

Recuerdo aquellos veranos que se llenaba la estación con los mismos que íbamos en invierno y a su vez con las visitas de algunos equipos deportivos profesionales.

Recuerdo aquel grupo de pisteros, que con pala en mano y alfombras de fieltro, paleaban como lo que eran para que se pudiera descender por el paso estrecho o se accediera a la intermedia y que la bajada más feliz para ellos era la última, la del cierre, cuando el Sr. Manuel o Santiago (dedo en botón) hacían parar el telesilla hasta la jornada siguiente, al aviso de la contraseña “chegou o último”. Ese telesilla que aparecía con un manguito descomunal por las mañanas, ese telesilla que de vez en cuando descarrilaba de las roldadas de alguna pilona y los operarios, con tractel en mano, llevaban el cable a su sitio, ese telesilla que cuando quedaba sin suministro eléctrico era arrastrado por el motor auxiliar de un 1430 a gasóleo (cuando el gasóleo tenía un precio asequible).

Recuerdo aquellos domingos que los vehículos estacionaban desde la motora hasta los Queixa por ambos lados de la carretera y a veces hasta en doble fila porque no había un sitio donde meter un coche.

Recuerdo aquellas murallas de nieve en los laterales de la carretera formadas por el paso de la fresa del Unimog.

Recuerdo una estación de montaña llena de gente, llena de nieve, llena de ilusión.

Recuerdo…..recuerdo…..recuerdo tantas y tantas cosas que no pararía de escribir.

Es por esto que Manzaneda la llevo en la sangre, daría lo que no tengo por verla a un nivel turístico de lo más alto. Y como si de la vida misma se tratase, Manzaneda me vió crecer pero lo peor de todo es que yo la ví envejecer (ley de vida), es nada más y nada menos que 40 años más vieja.

Instalaciones obsoletas a tod os los niveles, como apartamentos, bungalows, autoservicio, restaurante, cafetería, cocina, lavandería, piscina, discoteca, club juvenil, etc…, un Club Galleira totalmente desatendido y cerrado en días de afluencia, unos precios de alojamiento verdaderamente desorbitados a los cuales una familia de clase media no es capaz de alcanzar, siendo lo único que en realidad merece la pena un pabellón polideportivo infrautilizado, un telesilla TS6 desembragable, un telesilla TS4 de pinza fija y cuatro cañones de nieve artificial de baja presión que su funcionamiento tiene que aprovecharse a temperaturas más bajas de 2-3ºC .

Y ahora hablan de un pla n de viabilidad (¿qué es eso?) de nada más y nada menos que de una inversión de 6 millones de euros. Estamos de coña ¿no?. Si en las vacas gordas se hubiese mantenido parte de las instalaciones, en la época de vacas flacas no estaríamos hablando de semejante cantidad de dinero. Dinero que sale, entre otro, de las arcas públicas, dinero que sale de todos nosotros, dinero que sale de dónde no lo hay. Y por supuesto dinero que creo que jamás se verá, sobre todo en la etapa en la que estamos y se avecina, etapa de austeridad donde se va a recortar hasta lo más ínfimo.
Y seguimos dándole vueltas a lo mismo, a Manzaneda la está hundiendo, entre otros factores, la falta o escasez de nieve y nos dicen que hay que apostar por la innivación.

Doctores tiene la iglesia.

Que dejen de darle vueltas al asunto y que, si de verdad se va a hacer algo, que empiecen ya, que no mareen más a la gente, que acaben con la incertidumbre de trabajadores y usuarios.

Para ir rematando, recuerdo aquella novela del colombiano Gabriel García Márquez “crónica de una muerte anunciada” y por más que me pese creo que en nuestra estación se va a hacer honor a este título.
Sólo pido una cosa, ojalá me equivoque, y que todos vosotros en uno de esos añorados descensos, podáis decirme al unísono: ¡Vespa, te has equivocado!, y si es así:

RECORDÁDMELO.

Gracias a todos por vuestra paciencia.

VESPAIRIS